Los mayas previeron un gran cambio para el 2012 (contando siempre a partir de Jesús, no olvidemos que antes hubo miles de años de vida que normalmente no contamos, o no nos dejaron contar).

Nostradamus escribió más de un millar de profecías que se cumplieron. Por mencionar solo unas pocas: el derrumbe de las Torres Gemelas; la aparición de «Hister» (errando solo en una letra el apellido del líder nazi); las plagas y guerras que han sucedido en Oriente Medio; la caída de reyes; incluso menciona que en estos tiempos habría «arañas en el cielo». ¿Se referiría a los constantes vuelos de aviones militares —los llamados chemtralis—, que dejan residuos químicos a modo de telarañas en el cielo? Estos productos químicos nocivos esparcidos diariamente a la luz del día en las grandes capitales (en todas menos en China) tienen el fin de alterar el ánimo, influir en la psiquis, impedir a la población el contacto con el Sol y debilitar las defensas inmunológicas de la gente. Los aviones que realizan esto cuentan con el aval de la noaa (National Oceanic and Atmospheric Administration), de Estados Unidos. Diariamente puedes ver los trazos y estelas blancas si miras al cielo, o ver los vídeos en YouTube.

Y así, la lista de gente con la mirada elevada que predijo cosas es amplia… Edgar Cayce, Helena Blavatsky, Galileo Galilei, Newton, Sócrates, Cristóbal Colón y tantos anónimos visionarios desconocidos. Ellos fueron pioneros, descubrieron cosas que después se constataron.

Más cerca de nosotros, Rupert Sheldrake descubrió y popularizó la teoría de los campos morfogenéticos, que puede sintetizarse así: cuando a un porcentaje de la población le entra una misma vibración o idea al inconsciente colectivo, la especie capta la misma sintonía y evoluciona.

El doctor Masaru Emoto descubrió las diferencias que las emociones humanas y las vibraciones generan en el agua y en los líquidos del cuerpo físico.

Y Carl Sagan, el astrofísico que nos deslumbró con sus nuevas formas de ver el universo.

Incluso hubo otros, como Buda, Zaratustra, Jesús, Mahoma o Abraham, que hablaron en un lenguaje simbólico que no fue del todo comprendido; incluso, en la mayoría de los casos, fue tergiversado y malinterpretado.

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