Tomémonos un respiro con calma.

El universo, esa inmensidad «allí fuera», podríamos pensar… Pero ¿qué sucedería si los seres humanos fuéramos como una célula dentro del cuerpo que no puede ver lo que hay «fuera» (solo cuando la sangre sale)?, ¿o igual que un pez que no puede salir del agua para ver que existen otros mundos y otras realidades?

Un tiburón, por ejemplo, no puede llegar a saber toda la amplia gama de vida que hay fuera de su hábitat. No sabe nada sobre las palmeras, las montañas, los volcanes… En raras ocasiones, hay casos, como el cangrejo, la foca, el cocodrilo, que pueden pasar de un mundo al otro, conocer lo terrenal y lo acuático, pasar casi de una dimensión a otra. Así y todo, un cangrejo nunca conocerá por sus propios medios el Aconcagua, el Everest, la Acrópolis o las pirámides de Egipto.

A nosotros nos puede pasar igual que al cangrejo respecto al universo y a otras formas de vida. Ya que entre los seres humanos, a lo largo de una dilatada historia (mucho más amplia en el tiempo de lo que nos han impuesto y hecho creer), hubo personas como los cangrejos, focas o cocodrilos, que han podido tener «vislumbres» de otras realidades; que han podido estar en un elemento y en otro, lo que para nosotros sería pasar de la tercera dimensión a dimensiones superiores. Estos «hombres cangrejo» pudieron asomar su conciencia a realidades diferentes y ver solo algunas «palmeras» de la playa cercana. Fueron sabios, profetas, videntes.

Por citar unos pocos, Demócrito, el sabio griego, afirmó con razón que la Vía Láctea se trataba de una gran colección de estrellas, tan distantes que se habían fundido entre ellas. Y que nuestra inmensa galaxia no es más que una isla entre las miles y miles de galaxias (o islas) del universo.

En 1543, Nicolás Copérnico dio a conocer un estudio llamado De revolutionibus orbium coelestium, en el que exponía la teoría heliocéntrica tomada del astrónomo griego Aristarco de Samos (siglo iii a. C.). Solo se decidió a publicarlo en su lecho de muerte para evitar la ira de la Iglesia, pues el estudio afirmaba que los planetas giraban alrededor del Sol.