Quiero que se percaten de lo siguiente: Si acuso a la amiga, haciéndola responsable de lo ocurrido, estoy diciendo que ella es el verdugo y yo su víctima, que no tengo el poder para arreglar la situación y que mi historial de crédito depende de sus acciones. Si hago esto no solo estoy renunciando a mí poder sino que pretendo que ella tiene una decisión que tomar acerca de mi destino.

Asumir 100% de responsabilidad por mis sentimientos y los eventos en mi vida es ciertamente la única manera real de resolver situaciones y tomar decisiones adecuadas.

Una vez que decidí que yo era el responsable de esa deuda, llame nuevamente a la compañía y ofrecí pagar una cantidad “X” y empezar a abonar mensualmente hasta cubrir el monto total. El plan de pagos se me hizo razonable y para diciembre ya todo estaba corriendo en calma.

Para cuando mi amiga llamó a saludarme en enero, yo estaba de muy buen ánimo y hablamos de otras cosas hasta que casi al cerrar la conversación preguntó cómo me había ido con el celular, por lo que muy naturalmente y sin acusarla le expliqué todo lo que había ocurrido en noviembre. Un poco avergonzada me explicó que había colocado la cuenta del celular en una tarjeta de crédito nueva que luego se había olvidado de activar, sin embargo me ofreció ayudarme y abonar con el monto que había quedado pendiente.

Si en el momento de descubrir el problema yo la hubiese llamado con acusaciones y presionándola a cubrir la deuda, muy probablemente las cosas se hubiesen complicado más y quizás hasta hubiese perdido su amistad y mi buen crédito, sin embargo, el no enfocarme en la oscuridad de las emociones negativas sino en el propio poder y la luz interior, me permitió resolver todo de manera efectiva y salir triunfante en todos los niveles de la situación problemática, recibiendo incluso la ayuda de aquella a quien la parte oscura de mi mente quería ver como un enemigo.

Cuando tomamos la decisión de dejar a nuestra luz brillar, nosotros sin proponérnoslo les estamos dando permiso a los demás de hacer lo mismo. Cuando nos hemos liberado del propio miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los otros resolviendo el caos del mundo.