Lealtad equivocada hacia los padres hirientes por Marcia Sirota Nuestros sentimientos acerca de nuestros padres pueden ser muy complicados. Parte de lo que sentimos depende de cómo nos trataron cuando estábamos creciendo, así como la forma en que nos tratan hoy. A veces, simplemente sentimos lo que nuestra cultura o la sociedad nos dice que debemos sentir. Si tenemos padres amorosos y de apoyo, la cuestión es muy simple: los queremos y apreciamos todo lo que hicieron por nosotros. Se vuelve más complicado cuando nuestros padres eran menos-que-ideales. Si nos descuidaron, rechazaron o incluso abusaron de nosotros, crecemos en la creencia de que era debido a nuestras propias insuficiencias. Los niños suelen culparse por lo que va mal en la relación de padre-hijo. En lugar de hacer responsables a nuestros padres por la forma en que nos trataron, nos hacemos responsables por lo sucedido y luego tratamos de cambiarnos a nosotros mismos con el fin de ganar finalmente al amor que ellos han estado reteniendo. Lo que no sabemos es que cuando nuestros padres nos provocan dolor o rechazan, no tiene nada que ver con lo que nos falta y todo que ver con su propia incapacidad de amar y aceptar a sus hijos. Debido a que se trata de ellos, no importa cuánto nos esforcemos para congraciarnos a nuestros padres, sus sentimientos hacia nosotros no van a cambiar. Cuando no somos capaces de ganar su aprobación podríamos sentirnos heridos o incluso enojados, pero muchos de nosotros también creemos que no nos hemos esforzado lo suficiente para complacerlos. La verdad es que el amor no es una mercancía que se compra y se vende. Nuestros padres nos aman si son capaces de hacerlo, y no necesitan ninguna razón. Aún así, es más fácil para nosotros seguir culpándonos porque es preferible frente a lo impensable: el hecho de que nuestros padres no nos aman. Este es un pensamiento extremadamente doloroso para aceptar. La mayoría de la gente prefiere hacer cualquier cosa antes que aceptar esto como la verdad. No sólo es doloroso, es humillante. Aun cuando reconocemos que no se trata de nuestros propios errores, no nos gusta la idea de reconocer ante nuestros amigos o seres queridos que crecimos con padres que eran hirientes o que nos rechazaban. Siempre existe el temor de que otros nos pregunten lo que podríamos haber hecho para merecerlo. También es difícil de silenciar la voz del “crítico interno”, que continuamente nos dice que realmente es culpa nuestra. Comparte esto: Click to share on Facebook (Opens in new window) Facebook Click to share on X (Opens in new window) X