Antes de llegar al mundo sabíamos que éramos perfectos. Éramos una eterna manifestación de la creación, y como creaciones fuimos concebidos a partir de la misma sustancia de Dios. Luego al entrar en la frecuencia del miedo y la disfunción que caracterizan nuestro mundo, esta vida; lo hemos olvidado todo, para vernos inmersos en un ambiente hostil indistintamente de que hayamos crecido o no, en el seno de una familia amorosa y feliz.

En ese momento, pequeñitos,  se crearon las primeras creencias en cuanto a esta vida. En un niño pequeño donde la obtención de amor se hacía difícil y sujeta a condiciones; donde se hacía necesario ser digno para poder ser amado; es así como aparecieron las primeras creencias sobre las dificultades de obtener amor.  Luego a partir  de ese hecho surgió la creencia de que no hay suficiente, que hay que luchar para conseguir, y hay que ser merecedor. En ese momento, tal vez también se creó el erróneo concepto de que sentir  amor es igual a sentir dolor.

Hemos crecido, nos hemos desarrollado como seres adultos, nuestro intelecto se ha formado, y nuestra vida como persona madura la vemos como el resultado de la experiencia, mas ese pequeño niño interno nunca se fue, el no creció ni cambió. Él sigue allí aunque lo hayamos olvidado o creamos que lo hemos superado.

Una y otra vez las situaciones de vida que nos encontramos siempre reflejarán esas tempranas decisiones, esas conclusiones, esas creencias porque tenemos en nuestro interior y siempre irá con nosotros ese pequeño niño, herido y abandonado que aún necesita amor. Una y otra vez, algo del afuera nos apuntará a esas heridas que aún no han sanado y que seguirán allí hasta que le prestemos atención a nuestro niño interior.

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