En suma, la “realidad” es un magno escenario holográfico donde: la masa es sólo una “propiedad” que un bosón (vibración del vacío) otorga a las partículas elementales; el volumen es, en sí mismo, una ilusión; y la materia y la energía no son sino pura “apariencia”, pues su esencia es vibracional y, en última instancia, vacuidad. A todo ello y a sus colosales y múltiples consecuencias prácticas en la vida cotidiana -la ciencia aún las desconoce, pues todavía está intentando asimilar e interiorizar lo ya descubierto- se referían corrientes espirituales ancestrales al describir la realidad como ilusión (maya) y la vida como sueño.

Ahora bien, el sueño puede ser experienciado “despierto” –es decir: consciente de que de un sueño se trata- o “dormido” –sin esa consciencia y sumido en la ensoñación-. Y lo que diferencia a un estado del otro es la toma de consciencia sobre nuestro “verdadero ser” y “naturaleza esencial”, que son absoluta y radicalmente divinales. De ahí la trascendencia que ostenta el abandono de la idea de un Dios exterior llegados a un momento concreto de nuestro proceso consciencial y evolutivo.

 Emilio Carrillo Benito

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