Por Eli Bravo

Hace un par de noches al salir a botar la basura me puse a contar las casas donde he vivido. Cuestión de ocio, imagino yo. Desde la cocina hasta el lugar donde tiro la bolsa hay un trecho que disfruto especialmente en las noches de luna, cuando la brisa marina remonta las laderas y los grillos musicalizan el paisaje en plata. Comencé por aquella casa donde nací y que no recuerdo, para luego descubrir que me faltaban dedos en las manos y aún no llegaba a mi primer matrimonio. Solamente en mis años de soltero viví en 4 lugares distintos… ¡Que tiempos aquellos!

Días antes, y tras apenas un año de haber empacado sus cosas para irse a España, mi padre con sus 76 bien puestos me comentó que le gustaría mudarse a otro apartamento. Mi madre miro al techo y suspiró diciendo “por favor, vamos a quedarnos acá un rato al menos”. Debe ser un asunto de familia.

Pero poco importa cuantas casas hayan sido, porque una casa no hace un hogar, como bien canta Bono en “Sometimes you can´t make it on your own”. Siendo honesto, aquel anexo en Caracas donde cumplí 21 era en realidad un paraíso volador. No recuerdo si había lavadora, pero si que tenía un colchón en el piso, equipo de sonido y nevera con cervezas frías. En cambio, la casa en Miami donde nacieron mis dos hijas fue un hogar desde el primer momento en que entré junto a mi esposa Gabriela. A tal punto que logramos vivir allí 9 años. Para mi un record.

1 2 3

About The Author