Sin embargo, aunque hablemos de parejas, la mayoría de las veces el proceso es personal y se lleva a cabo con la novia que, empeñada en satisfacer a todo el mundo y conseguir la absoluta perfección, vive cada momento del proceso en un constante conflicto interno que le impide disfrutar o continuar cada día con una sonrisa. Y es que aún queda un año para que tenga lugar el enlace pero ya está preocupada por cómo vestirán los invitados, por las expectativas que puedan truncarse o por caer de camino al altar mientras es el centro de atención de todas las miradas.

En esos casos, el mayor aprendizaje suele comprender hacer las paces con la imperfección, permitiendo hablarse con suavidad y recordarse que las cosas están bien como están pues, en la medida que se suavice la necesidad de perfección crecerá el aprecio por la vida y de la experiencia que representa la boda así como su preparación y la posterior convivencia. Además, los recuerdos se graban con intensidad desde la emoción de modo que vale la pena obtener las herramientas y el hábito de dejar de bucear en esos pensamientos limitantes y expectativas para valorar y disfrutar un día que es perfecto solo por ser de la pareja. ¡Los recuerdos del corazón son más potenciadores y emotivos que los del álbum fotográfico que quedará para la posteridad!

Es cierto que, visto de esta forma, casarse parece acarrear toda una serie de consecuencias que quizás no estamos dispuestos a enfrentar, pero la cuestión reside en la forma en la que vemos esas situaciones pues, estando orientados hacia la aceptación y el disfrute de cada momento  (sea más o menos agradable) lograremos que situaciones que antes nos parecían frustrantes pasen a formar parte de esas pequeñas cosas que hacen de la vida algo mágico, bello y perfecto. Afortunadamente, con compromiso y responsabilidad es posible adquirir perspectiva y tomar consciencia para generar un cambio e integrar otro tipo de actitudes más flexibles que pueden hacer más agradable y bonita la experiencia.