generaciones-entrelazadasPor J. Marcos de Oliveira

Él tiene 96 años, y en sus brazos ella duerme angelicalmente, con sus apenas dos semanas de vida. En el otro extremo del sofá, la señora de 92 años sostiene en sus brazos el otro cuerpecito gemelo. Esta suma de casi dos siglos de existencia hace que se intercambien miradas, y la ternura de los brazos sobre los biznietos forma un cuadro difícil de olvidar para aquellos que tienen el privilegio de observarlo.

El matrimonio casi centenario se mira el uno al otro, sonriendo leve y espontáneamente. Ellos no pronuncian palabra alguna. La mirada substituye a los posibles vocablos. La energía que emana de sus ojos es profunda, y va directo a sus corazones, dejando allí grabados los dulces acordes de una conversación inaudible a los oídos, pero vibrantes para las células más profundas del ser. La sonrisa de ambos revela una complicidad eterna, una amistad y un cariño que el tiempo no ha conseguido eliminar. Muy por el contrario, el tiempo sólo lo ha fortalecido.

¿Qué quieren decir aquellas miradas sinceras, aquellas sonrisas que harían palidecer a la mismísima Mona Lisa? ¿Tal vez manifiestan que hay en el tiempo siempre una esperanza para los que van y para los que llegan? ¿O tal vez, expresen la gratitud de la simiente plantada hace años, y que continúa a dar frutos? ¿Estarán exteriorizando la certeza de la continuidad del amor? ¿O que, influenciados por aquellos cuerpecitos recién llegados, apenas agradecen silenciosamente, no más que agradecen en ese momento sagrado? Posiblemente están dejando que sus corazones, un poco cansados por el peso de los años, intercambien caricias entre sí, caricias invisibles a los ojos de aquellos que los observan, pero esencialmente llameantes y vigorosos en la creencia de la belleza del infinito. Al final, ‘lo esencial es invisible a los ojos’ como decía Saint- Exupéry.

Realmente, todo eso sucede, y sin dudas mucho más. Tal vez ni ellos mismos sabrían explicarse el momento, y tampoco para los que lo presencian. La riqueza de los momentos internos no es apenas inexpresable, sino también pobre en su forma de expresión. Y saber respetar ese instante divino hace que la escena vista se perpetúe un poco más ante nuestras expectativas. Por lo tanto, cabe sólo la admiración, la veneración por aquellas horas mágicas.