Más exactamente lo que comparto es que las experiencias que vivimos carecen de color. Me explico.

Mucha gente sigue aún instalada en la visión de un Dios exterior, separado de ellos mismos. Esto les sumerge en el olvido de nuestro “verdadero ser” y “naturaleza esencial”, que son absolutamente divinales. Y tal olvido -la ignorancia de lo que genuinamente Somos- impide, a su vez, que sientan la Felicidad que es nuestro Estado Natural.

La consecuencia inmediata de lo anterior es la identificación con lo que no somos: el cuerpo físico, los sentidos corpóreo-mentales, los pensamientos, las emociones, la personalidad y el ego a todo ello asociado. Es decir: con lo que realmente es sólo el “instrumento” o “vehículo” que utilizamos para experienciar en el plano humano.

De este modo, los seres humanos pierden la consciencia de que se trata exclusivamente de un “vehículo”, se aferran a él desde la absurda creencia de que él es lo que son y terminan atados a un falso “yo” y a una “naturaleza egocéntrica”. Y desde esta, se lanzan hacia fuera de ellos mismos en busca del “bien-estar”, pobre sucedáneo de la Felicidad (“Bien-Ser”) que es nuestro Estado Natural.

Por tanto, la búsqueda del bienestar en el exterior es la consecuencia lógica de la idea de un Dios exterior. Y en esa búsqueda se usa como herramienta la “experiencia dual”, basada en la no aceptación y en juzgar y etiquetar dicotómicamente (“positivo” y “negativo”, “bueno” y “malo”, “agradable” y “desagradable”,…) todo lo que ocurre en nuestra vida y a nuestro alrededor. Pero las experiencias carecen de “color”. Simplemente, son experiencias, todas con su porqué y para qué en el proceso consciencial y evolutivo de cada cual.

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