EN EL MAR Y LAS ESTRELLAS

Existe un lugar al que me gusta ir al amanecer. Está en lo alto de unas rocas junto al mar y allí hay un simple banco de madera donde me siento a meditar. Con los ojos abiertos puedo ver la línea costera y el azul fantástico de la amplia bahía. Al cerrarlos, el oleaje del Atlántico permanece incansable y los alisios acarician con esa pureza de brisa que ha cruzado todo un océano. Allí se respira una paz total.

Ciertas mañanas en este lugar he experimentado en carne propia la frase “somos polvo de estrellas”. Una forma de explicarlo sería que en el silencio he sentido que mi cuerpo y ese mar y esas rocas compartimos elementos en común: oxígeno, hidrógeno, nitrógeno y carbono, entre muchos otros. Además, que viajamos sobre este planeta a una velocidad indescriptible por un universo cargado de los mismos elementos. Nuestra mayor diferencia es que yo tengo consciencia y se que estoy allí, en ese banco de madera, respirando.

Y entonces, algunas veces, sucede algo. Por instantes los límites se disuelven y la experiencia se hace más sutil. Es como si percibiera algo que me conecta a ese mar y esas rocas y esa madera y a la brisa misma. Es una sensación que asciende por la espalda, vibrando desde lo más profundo y traspasando el momento presente. Luego el instante pasa y vuelven el son de mar y el calor de los primeros rayos del día. Al abrir los ojos los colores parecieran acabados de parir.

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