Aquellos de nosotros que tendemos a vivir por cronos podríamos utilizar una buena dosis de kairos. Nos relajaríamos más y todo se haría. Mi amiga Harriet se dirigía a ver a su psicoterapeuta cuando se quedó atascada detrás de un conductor lento en una zona de no pasar. A ese ritmo Harriet iba a llegar tarde a su cita, y ella se frustró más y más. Trató y trató de encontrar una manera de pasar al conductor lento, pero no pudo. Finalmente llegó una abertura, aceleró y dejó atrás a su némesis. Cuando se volvió para mirar al conductor lento, vio que era su terapeuta. No importa que tan lento manejaba aquel conductor, Harriet habría estado justo a tiempo.

Gandhi dijo: “Tiene que haber algo más en la vida que aumentar su velocidad.” Somos adictos a la rapidez. Sin embargo, ¿es el mundo un lugar mejor porque nos movemos más rápido todos los días? En algún punto, la velocidad no mejora la calidad de vida sino que nos distrae de ella. Las personas que viven en culturas “primitivas” saben cómo simplemente sentarse. Pasan tiempo con sus familias, ven las estrellas, se ríen al tomarse su propia versión de una cerveza, y capturan la magia de los momentos que eluden a las naciones más avanzadas. En última instancia el que está más cerca de la paz está más avanzado.

“Para todo hay un tiempo,” Eclesiastés nos dice. Tan potentes como creemos que somos, no podemos hacer que las cosas sucedan fuera de su tiempo señalado. Si tú escoges una fruta antes de que madure, es dura y sin sabor. Si esperas hasta después de que esté madura, se echa a perder. Tómala en el momento maduro y es sabrosa y nutritiva. Lo mismo sucede con los acontecimientos en nuestra vida. El matrimonio, entrar en un puesto de trabajo, cambiar de domicilio, la madurez espiritual, y todos los cambios importantes tienen un tiempo. Mantente en el flujo y las cosas ocurrirán precisamente cuando deben de pasar. Deja que todo llegue cuando tenga que llegar, salir cuando se quiera ir, y tú serás un maestro del Tao.