El libro de los días Siguiendo las estaciones del Espíritu Por Victoria Pendragon Todos hemos tenido experiencias que nunca olvidaremos, por una razón u otra; momentos que brillan como joyas. Pueden ser experiencias que estaban tan llenas de amor, pasión, fuerza o terror que literalmente cambiaron lo que somos en algún nivel; pueden ser eventos que llevaron con ellos el poder de la madre naturaleza haciéndose conocer en forma impresionante; o puede haber momentos de gran trascendencia, física, mental o espiritual. Estos eventos, cargados como lo están, dejan huella en nuestra programación celular y se quedan con nosotros, a veces inconscientemente, por el resto de nuestras vidas, haciendo que los eventos o estímulos similares activen cualquiera de los recuerdos del acontecimiento original; o, cuando nuestra programación ha sido subsumida por nuestra conciencia, activan olas de emoción aparentemente imposibles de identificar. Como seres humanos somos por naturaleza criaturas de hábito. Cualquier estudiante del antiguo sistema de cinco elementos, la base de tantas modalidades de curación naturales, puede mostrarte gráficos que muestran los niveles de actividad de los órganos del cuerpo en determinados momentos de cada día. Nuestros cuerpos están, en cierto sentido, intrínsecamente programados. Esta es una parte importante de lo que causa el jet lag. Cada criatura en la naturaleza se ha programado, a su manera, en relación con su propio entorno. El sol, la luna, los planetas y las estrellas siguen un horario. Estos patrones, superpuestos y entrelazados, representan la belleza equilibrada que se encuentran en la vida y en la naturaleza. Forman el escenario de las joyas experienciales de nuestras vidas. Pero esas experiencias, aunque pueden parecer bastante al azar, podrían tener una secuencia propia, un patrón tan grande que tiende a pasar desapercibido. Nuestra experiencia de las funciones de nuestro cuerpo es un hecho cotidiano para nosotros, al igual que los movimientos de nuestros cuerpos celestes más locales. Las fases de la luna y sus efectos sobre nosotros son tan regulares que los gráficos de mareas se pueden proyectar con decenios de antelación. Antes de la introducción de la iluminación artificial, cada mujer podía contar con saber exactamente cuando le bajaría la menstruación. Gracias a la ciencia, ahora estamos conscientes de los muchos modelos que nunca hubiéramos sabido en el mundo de la astronomía y la vida silvestre, incluso en los mundos microscópicos dentro de nosotros. A medida que nuestras capacidades tecnológicas han avanzado, también lo ha hecho nuestra capacidad para observar esa orden intricada y empieza a parecer como si hay patrones dentro de patrones dentro de patrones, posiblemente sin cesar. Todos estos son los patrones que la ciencia, durante siglos, ha evolucionado para explorar. Pero ¿qué pasa con las experiencias que nos llegan desde el nivel espiritual de nuestro ser? Esos momentos de alegría sublime y de tristeza inefable, los nacimientos y las muertes y los sueños por excelencia. ¿Podrían estos también ser parte de un panorama más amplio que simplemente no podemos ver porque no hemos tenido el aparato necesario para observarlos? Comparte esto: Click to share on Facebook (Opens in new window) Facebook Click to share on X (Opens in new window) X