Mi mañana en el jardín Por Mariana Bonilla-Posse Me desperté esta mañana con una sensación de pesadumbre en mi corazón; no es que esto sea extraño en mí pues tengo tendencia a la melancolía; era también una sensación algo parecida a la que me da a veces, pues me aburre terriblemente la rutina. Había aprendido a aceptar a esta última y hasta hacerla mi amiga cuando mis niños eran pequeños, pero ha vuelto gradualmente en los últimos meses. Sin lograr descubrir el origen de este sentimiento y tratando de no darle importancia alguna, me dispongo a salir al jardín para hacer un trabajo que había estado posponiendo, pues es bastante pesado para cualquier persona, pero creo que aun más para una mujer que siempre ha sido de constitución ósea delgada, y que ya va dejando atrás sus años de juventud. Tengo a mi esposo que es fuerte y siempre está dispuesto a cargar con las labores pesadas que hay en una casa, y quien además tiene energía para dar y repartir. Pero me rebelo; he estado procesando los últimos tres años en mi mente y en mi corazón la manera de cómo recobrar a la mujer que está escondida detrás de muchos años de ser primeramente esposa y madre; quiero recordar y explorar mis capacidades de individuo , ya casi olvidadas y algunas de las adquiridas durante estas bellas experiencias de mi vida, y, de las cuales no soy del todo consciente. De repente logro reconocer el por qué verdadero de este deseo tan inmenso de meterme al jardín con pico y pala y en el calor del sur de la Florida. La pesadumbre que llevo encima hoy se intensifica como una oleada que atraviesa todo mi ser: Mi hija menor se gradúa del bachillerato en dos días, y a sus dieciocho años recién cumplidos se me va para la Universidad, a tres horas de distancia. ¡Ella es mi bebe! ¡La pequeñita de la casa! Me había convencido que esta vez sería mucho más fácil pues ya había pasado por esta experiencia. ¡Qué engañada estaba! Llena de resolución tomo la pica, y la emprendo con todas mis fuerzas contra el pobre suelo de mi jardín. Quiero hacer una cama para sembrar unos bellísimos lirios color naranja, cuyos pobres bulbos han estado sufriendo abandonados y cada vez mas apretados en una matera, hace meses. Remuevo el tapiz de raíces que se entrecruzan apretadamente en la grama, las cuales se resisten a ser arrancadas . Me alegra el esfuerzo algo masoquista que hace que mis músculos protesten con ardor. Mi melancolía es reemplazada por una sensación de: “yo lo puedo todo”, en tanto recuerdo que mañana amaneceré muy probablemente con el cuerpo adolorido por este esfuerzo. No me importa: prefiero las molestias físicas a las del alma. Comparte esto: Click to share on Facebook (Opens in new window) Facebook Click to share on X (Opens in new window) X