un-nino-y-diosPor Claire Heffron

Estaba acostada en la cama con mi hijo de 4 años de edad, donde parece que casi todas nuestras interacciones más importantes se llevan a cabo últimamente, cuando se volvió hacia mí y preguntó: “¿Por qué no nací cuando Ali estaba viva?” Ali es mi pequeña hermana que murió hace doce años. Ella tenía 17 años y yo tenía 20. Yo suspiré, sintiendo una tristeza familiar, y le conteste, “Porque cuando Ali estaba viva, mamá no tenía hijos todavía. Yo todavía era muy joven.” Esperé a que tratara de establecer el escenario por sí mismo como de costumbre, poniendo atención a todos los personajes y haciendo preguntas acerca de la edad te todos en ese momento, si algunos de sus primos ya habían nacido y donde estábamos viviendo. Pero, como sólo un niño en edad preescolar puede hacer, cambió la marea. “Ya lo sé mamá. Yo aún no estaba listo. Dios todavía me estaba haciendo.”

Vi a esta pequeña alma vieja con los ojos preocupados y de rizos castaños y me pregunté cómo es posible que sea la misma criatura que pocas horas antes había estado tan abrumado por el coraje que había mordió a su hermano en el hombro mientras tomaban un baño.

Esta es la vida que llevo con un niño de cuatro años de edad. Pasamos días nadando entre las orillas de la introspección sintonizada y lo que sólo puede ser descrito como la locura delirante. Un niño en edad preescolar puede ser arrastrado por una rabieta sin previo aviso, llevándose a todos y a todo en su camino. Y después, la tormenta pasará tan rápido como llegó. Los niños de esta edad parecen tan agitados, como si estuvieran a punto de estallar con la más mínima provocación. Hasta esa última media hora del día, cuando se acurrucan contra sus mamás, papás, y animales de peluche, desesperados por una excusa para estar a solas unos minutos más. Las mamás y los papás están desesperados por volver a conectar después de un día de gemir, llorar, gritar, castigar, y conciliar.