Las trampas del ego en la evolución espiritual El yo esta tan ocupado actuando para sobrevivir que no puede tener en cuenta a los demás seres sino en cuanto los necesite para este fin. Lo que llama “amor” es simplemente una necesidad de compañía que solamente se quiere siempre y cuando cumpla con la labor esperada: perpetuar su existencia o “memoria” a través de los hijos, proveer el apoyo emocional y/o material, y, con suerte, ofrecer cuidados en la vejez y enfermedad. Este es el “yo” primordial” y responsable de que nuestra especie haya sobrevivido en sus inicios. Lógicamente este ego primordial que fue tan importante durante los inicios de la humanidad continúa siendo parte muy influente de nuestra composición fundamental. Cuando tenemos una conciencia más amplia o elevada de la existencia, en la cual los demás están relacionados con nosotros en cooperación y compasión, estamos conectados afectivamente y/o espiritualmente. Entonces adquirimos conceptos de la existencias que son iguales o más importantes que la mera supervivencia fisica. Nuestro ego primordial, siendo aún la entidad a cargo de la “supervivencia” estará desalineado con nuestra misión del ser, pues queremos obligarlo a cambiar su labor, y compartir cosas que podemos llegar a necesitar después. Y es allí donde lo empezamos a considerar un “enemigo” del crecimiento espiritual. Si luchamos y lo tratamos como nuestro enemigo, le damos aún más poder; la clave está en la compasión, la cuales es la base de prácticamente todas las religiones, tradiciones espirituales y filosofías humanistas. Jesucristo fue aun más allá cuando nos enseñó que amemos a nuestros enemigos, en cuyo caso el ego, si es un enemigo, merece también el amor. Esto suena muy bonito; pero entonces, ¿Cómo poder llegar a integrar a este pequeño (o gran) antagonista, parte de nosotros mismos, para continuar en nuestro crecimiento espiritual? El ego primordial debe ser visto como nuestro niño interior; temeroso, un poco inconsciente y con la necesidad de ser protegido y amado. Integrémoslo a nosotros como la parte humana básica de nuestro ser; la que puede ser nuestra mayor maestra si nos permitimos verla y aceptarla en su imperfección. Cuando logramos discernir nuestros verdaderos motivos aprendemos a reconocer cuándo estamos siendo influenciado por este niño interior en lugar de nuestro YO SOY sabio y conectado con Dios. De esta manera podremos poco a poco lograr perdonar nuestras faltas y redimir nuestros errores. Comparte esto: Click to share on Facebook (Opens in new window) Facebook Click to share on X (Opens in new window) X