el-regalo-de-la-presenciaPor Lisa White

Todo el mundo quiere ser visto… tiene que ser visto y reconocido por su presencia en este planeta. ¿Cómo ves a la gente en tu vida?

¿Los ves como un suéter morado corriendo por el camino hasta la puerta principal rumbo al trabajo?

¿Los ves como el pelo enmarañado que necesita refrescarse y ponerlo en una cola de caballo al comienzo del día?

Tal vez los ves como una billetera que te da el dinero que necesitas para comprar la comida de la semana.

¿Ves su cara?

¿Ves sus ojos?

¿En verdad los ves?  Ves su esencia? Ves su alma?

¿Ve su inseguridad?

¿Ves el miedo?

¿Ves sus triunfos?

¿Ves su desesperación?

Por qué no te tomas un momento para ver realmente la persona que está delante de ti. Tal vez no se vean cómo tú quieres que se miren, pero lo que reconozcas puede ser mejor de lo que deseas o esperas de ellos.

La semana pasada, tuve el privilegio de escuchar a un hombre desamparado quien me contó su historia y compartió su vergüenza por estropear una vez más otro intento de suicidio. Te estarás preguntando porque lo llamo un privilegio. Sí, es un privilegio. Este hombre se paró frente a mí, compartió su pena y pidió ayuda. Era algo hermoso para mí… vi a un ser auténtico. Era más hermoso que cualquier persona con uñas perfectas, vestidos hermosos y con el corte de pelo de última moda. Fue emoción verdadera y fue VIDA.

El momento favorito de mi vida es cuando veo a mi hijo. Es uno de esos momentos en el que la lista de mis deberes desaparece, no escucho el teléfono y el tiempo se detiene. Es uno de esos momentos en que compartimos una risa y nos miramos a los ojos y realmente vemos nuestras almas. Sé que cuando llega ese momento estamos realmente conectados. Mi hijo sabe que lo veo y sé que él me ve porque sus ojos brillan como estrellas pequeñas que salen de su cuerpecito. Se muestra el hoyuelo bajo su ojo y sus ojos brillan. Él me ve y yo lo veo. Somos dos almas en este planeta que comparten un momento. Yo no soy la mamá, él no es el hijo. No necesito que yo le caiga bien a él. Él no tiene por qué ser “bueno”. Sólo somos dos personas que comparten un auténtico momento que se suspende en el tiempo. Me encanta esa experiencia y la aprecia, ya sea que se trate de un hombre sin hogar compartiendo sus luchas conmigo o sea mi hijo con sus ojos brillantes.